Capítulo XII: De vuelta a la ciudad.


Decenas de veces había soñado con volver a estar donde ahora mismo se encontraba. Tantas noches planeadas, tantas semanas y meses recreando mentalmente las imponentes siete murallas que separaban el frío mundo del corazón de la ciudad. Al fín se encontraba al pie de la más externa de todas, tratando en vano de intentar adentrarse en la ciudad. La única entrada posible estaba siendo custodiada por varios centinelas armados y un oficial. Un oficial demasiado parecido a aquel que días antes había estado próximo de descubrirlo en el arbusto. Vestido con un uniforme negro, daba órdenes a los guardias de que nadie debería pasar por las puertas, ni siquiera el propio alcalde. Ignoró las órdenes que los centinelas recibían y trató de seguir buscando una entrada, cuando varios de ellos se fueron a cubrir otras zonas de la muralla.


La oportunidad de entrar era única, sólo necesitaría pasar la primera muralla para poder llegar a la ciudad, puesto que las demás contaban con barras intercaladas para colocar toldos y evitar que los aguaceros la inundaran.
Sin perder tiempo, comenzó a correr con gran velocidad, lanzándose con las piernas por delante sobre el pecho de uno de los guardias que quedó tumbado en el suelo al instante. Su compañero trató rápidamente de desenfundar, pero para entonces un fuerte golpe seco lo dejó inconsciente.


Dos guardias neutralizados, entrada libre y la posibilidad de lograr su objetivo mucho más nitida que nunca. Esta ocasión parecía propiciada por mano divina, así que decidió aprovecharla antes de que las cosas cambiaran de rumbo.
Empezó a escalar entre las barras, subiendo lentamente y con cuidado de no romperlas al llegar a cierta altura. Empezaba a amanecer, los tonos de la roca se volvían cada vez más claros y el metal de las barras superiores despedía fulgurantes destellos que le impedían la visión. Abajo, el silencio era sepulcral, ni siquiera alterado por el viento de la mañana o los inaudibles pasos de las otras patrullas que vigilaban otros niveles de las murallas. Era como ver el mundo a través de un gran telescopio, visualizando imágenes para las que los sonidos pertenecían a otra dimensión. Por fín llegó a arriba.


Una vista magnífica de toda la ciudad se mostraba a sus ojos. A lo lejos, la catedral seguía alzándose como único vestigio del mundo anterior, el edificio más alto sobre la faz de la tierra al que ni siquiera la luz del sol se atrevía a tocar. Era como si hubiera sido sacada mediante ilusión de otra época y hecho por el cual permanecía impune a toda alteración externa, como si ella misma fuera un holograma sólido inalterable al paso del tiempo.



Por un instante tuvo las ganas de soltar una carcajada. Ante todas las dificultades que se le habían presentado, se encontraba vivo y muy cerca de lograr sus respuestas. Ahora sólo le quedaba encontrar a Tarkión y hacerle hablar.

Capítulo XI: El chirriar del tiempo




Tarkión comenzaba a ponerse nervioso en su despacho. Cada paso, cada respiración y cada latido sonaba sordo y amortiguado como un golpe a traves de paredes de madera. Llevaba varios días sin dormir, terminando de ultimar los detalles de su plan. Como jugador de ajedrez, llevaba años esperando este momento, había previsto hasta el más mínimo detalle.

El aire se había vuelto denso, cada vuelta de talón para seguir con el paseo se hacía cada vez más larga y el tiempo parecía ir deteníendose lentamente en aquel cuarto donde apenas entraba la luz de la calle. De pronto, un traspiés le hace perder la verticalidad y cae de bruces contra la moqueta.

Oh vaya... que golpe más estúpido ¿no crees?

Tarkión se sobresaltó. ¿Acaso había hablado alguien? ¿Era posible que hubiera alguien escondido entre aquellas cuatro paredes y su presencia hubiera sido pasada por alto hasta entonces?

-¡Muéstrate! - gritó - ¡Muéstrate para que pueda verte!

Difícilmente podría hacerlo, Tarkión. No soy más que un subproducto de tu mente, fruto de tus incansables noches planeando tu trama. Pero permíteme corregirla, tiene varios puntos flacos...

-¡Silencio! El plan ha sido trazado a la perfección, no existe ningún punto débil.

¿Ninguno? ¿Y qué me dices del chico? ¿O es que acaso se te ha olvidado que hoy hace cinco años que lo liberaste y desde entonces no lo has vuelto a ver? No, imposible, tu eres demasiado inteligente como para pasarlo por alto... ¿Entonces por qué no ha aparecido?

-Aparecerá, estoy seguro. Tiene demasiadas preguntas como para quedarse de brazos cruzados, sabiendo que yo soy quien tiene las respuestas.

¿Realmente las tienes? ¿O es lo que esperas que él crea en su loca inconsciencia venir a buscarte aquí, a tu gran fortaleza en busca de sus inquietudes?

-!Oh cállate! - gritó con furia arrojando un vaso hacia el lugar de donde, creía, provenía la voz.

Pobre Tarkión, ya hablando sólo y luchando contra sus propios fantasmas... Ya no eres tan joven como antaño ¿verdad? ¿Cuántos años han pasado ya a traves de tus ojos? Aunque tu hayas perdido la cuenta yo la recuerdo perfectamente, y son demasiados incluso para alguien con tanto vigor como tú lo fuiste. Pronto, amigo, verás florecer los síntomas de la vejez en tu cuerpo. Por algún motivo que incluso tu conciencia misma llega a desconocer, te has mantenido joven durante décadas, sin apenas cambio. Pero ahora... acércate al espejo, por favor.

Se acercó lentamente, dando pasos cortos y sonoros, al espejo de su armario. Los rayos de luz entrantes de la persiana chocaban contra su rostro, definiendo su cara. Cada paso le acercaba más a la verdad que durante tanto tiempo se había negado. Otro paso más, y un último rayo le sirvió para hacerse la imagen de su propia cara.

Hacía años que no se miraba en un espejo. Por las sienes habían hecho aparición unos blancos mechones que iban recorriendo toda la cabeza, como si envejeciera de golpe todos los años que no había visto su cara. Su rostro perdió firmeza, su boca quedó torcida, y hasta su barba había quedado gris. Los ojos, verdes como jade en otro tiempo, se habían apagado a un color oscuro como la noche.

De repente se vió sin fuerzas. Pesadamente se dejó caer sobre su sillón, mientras su voz le seguía hablando.

Has recorrido un largo trayecto hasta aquí Tarkión... ¿Acaso pensabas que los años no pasarían en balde por tu carne? Pero no temas, aún te queda mucha vida por delante. Esto ha sido sólo un aviso, de que quizá debas empezar a pensar en que no puedes controlarlo todo. Porque al igual que el tiempo fluye y causa estragos en las personas, plantas y hasta en el planeta mismo, nuestro chico puede encontrar las respuestas fluyendo a través de su propio camino. Ahora descansa, es duro encontrarse contigo mismo derrotado por las agujas del reloj.

¡Pero míralo! Ahí lo tenemos a nuestro pequeño amigo mecánico, marcando el ritmo de nuestras vidas. Asómate a la ventana y obsérvalo ahí tan quieto y a la vez vivo. Pues esto además es un recordatorio de que pronto será momento de lanzar otro artefacto... y esta vez el daño causado puede ser incluso superior a la gran inundación.

He de irme, pero volveré a visitarte en sueños. Por ahora descansa, ya has hecho todo cuanto has podido Tarkión, ya no tienes cartas en esta partida de póker.


Tarkión cerró los ojos, hasta que súbitamente fue despertado por la alarma de la ciudad. Su ayudante entró en su despacho, con un gran nerviosismo.

-¿Qué ha pasado? -preguntó con calma.

-Señor... alguien acaba de entrar en los muros...






Ante todo, dar las gracias a quienes hayáis llegado hasta aquí leyendo mi novela. La imagen ha sido extraída de deviantart, por recomendación de mi chica. El texto ha cambiado varias veces durante estas semanas, porque he ido puliendo algunos aspectos, quería tratar de plasmar mi concepto de tiempo y realidad, lo cual lleva tiempo (valga la redundancia).

A todos y cada uno, gracias. En especial a Dani por darme la brasa con sus prisas por leerla y por querer que la ponga en copyleft, y a Elisa por aguantarme los momentos en los que estaba escribiendo por el msn.

Capítulo X: La cacería.


Comenzaba a anochecer un mes más tarde, cuando por fin se encontró listo para emprender la persecución de su presa. Había sido un duro mes de invierno, solamente alegrado minúsculamente por el ascenso a comodoro de la ciudad, el más alto rango posible en la defensa de las murallas. Sin embargo toda la dureza del tiempo no era nada comparada con la lucha interna a la que se debatía constantemente, causada por la orden que el propio Tarkión le había dado. Por un lado la férrea obediencia a las normas le impedía realizar su cometido, junto con su ansia de castigar al fugitivo por haberle dañado el rostro, y por el otro era desobedecer una orden directa, lo que le costaría su puesto y todos los años que se había pasado ascendiendo en la escala de la guardia.

Vistió su largo abrigo gris con solapas y se introdujo dentro de un potente coche de mando, listo para desplazarse a gran velocidad hasta el punto donde lo recogieron por primera vez, el lugar del impacto del artefacto. Todo en él era energía, una fuerza interna que le obligaría a encontrarlo aunque tuviera que cruzar el inmenso oceáno que desde la creación había pasado a ser un obstáculo insalvable.

De repente sintió algo, la sensación de ser observado. Aunque estaba en mitad de la noche, alguien le miraba desde un lateral del camino, unos ojos brillantes que reflejaban la luz de los catadriópticos. Bajó del vehículo y caminó torpemente por el terreno embarrado unos metros. Ese brillo seguía ahí, desafiándole y haciendole sentir escalofríos por toda la espalda. ¿Miedo? Quizá fuera eso, nunca hasta la fecha había llegado a sentirse tan aterrado por una cosa que pudiera ser tan simple como el reflejo de unos ojos. Buscó palpando la linterna de su cinturón, la alzó y rápidamente la encendió.

La luz trazó una trayectoria perfectamente visible debido al polvo aún no disipado del ambiente y en vano trató de aclarar el misterio de ese brillo. Cada lugar donde impactaba era simplemente un escenario de ramas secas, que proferían sombras tan negras como el carbón y daban impresión de llegar a ser palpables y densas.

-No hay nada...

Giró sobre sus talones y volvió a meterse dentro del coche. Tras arrancarlo, volvió a ver esos ojos, pero esta vez simplemente los ignoró y prosiguió su camino. Una vez se hubo alejado lo suficiente, esos mismos destellantes ojos pestañearon y comenzaron a moverse en sentido contrario al comodoro.

Bailaban, se movían rápidamente y cambiaban de dirección constantemente a cada ruido extraño que la noche producía. Finalmente, al llegar a un claro de luna, se detuvieron a mirar el cielo. Y en ese instante, la luz reflejada por su infatigable compañera nocturna iluminó el rostro del perseguido. Exhaló aire y prosiguió con su camino a la ciudad, pensando únicamente en la enorme ventaja que le proporcionaron sus reflejos, la noche y el miedo humano a todo lo que nos es desconocido. Porque gracias al miedo, que inundó por completo la mente del comodoro Arthur, tuvo tiempo para esconderse en un pequeño recodo detrás del matorral que había sido examinado con la luz de la linterna.

Aún le quedaban varios kilómetros hasta la ciudad, pero podía verla a lo lejos, con sus torres altas como nacidas por el desgaste de la propia montaña sobre la que fue tallada y con ese brillo blanco, que no casaba con el negro corazón del que el tenía por enemigos.

Capítulo IX: Comodoro Arthur


Desde la fuga programada de las prisiones, Tarkión había estado pensando seriamente el futuro de la ciudad. Era evidente que el lanzamiento de las nuevas sondas había sido advertido por el fugitivo y que no tardaría en volver en busca de respuestas. La cuestión era saber si llegaría a tiempo antes de que el senado de la ciudad descubriera su traición.

Sentado en su despacho personal, el mundo parecía un hermoso cuadro repleto de tonalidades monocromas. La tenue luz reflejada en las paredes grises de las casas cercanas entra por entre las rendijas de su persiana de madera, recorriendo la habitación hasta llegar a las viejas botellas que devolvían un brillo marrón muy apetecible.

"Espero que haya dado buen uso de mi reserva" pensó mientras miraba una de ellas a medio llenar. Acto seguido se levantó para llenarse un vaso, cuando le interrumpió un toque en la puerta.

-Adelante, pase. Tome asiento, le estaba esperando.

El hombre que entró traía consigo la marca de quienes han perdido todo vestigio de pureza y compasión. Demasiado serio como para pensar que había sido una vez niño y feliz, demasiado seco como para otorgarle la duda de si había estado casado o siquiera tendría a alguien a quien querer. De todos los habitantes de la ciudad dedicados a la vigilancia, él era el más implacable, un ser con mente metalica y una bomba por corazón. Su apariencia física concordaba exactamente con su caracter, como si hubiera sido creada aparte y juntada con el único fin de pertenecer a un ser desalmado. Era alto, muy alto, vestido con el uniforme de comodoro gris oscuro reglamentario. Su pelo era de color negro, salvo mechones blancos saliente de sus sienes, fruto de su excesivo agotamiento trabajando. La cara estaba endurecida y estrechada, con una larga cicatriz recorriendo el labio superior y la mejilla derecha.

A pesar de su imponente aspecto, era considerablemente delgado, pero con la fuerza que a veces poseen de forma innata este tipo de personas. Fuerza que despedía por sus ojos marrones y sus manos huesudas y repletas de venas. Su demacrado aspecto pareciese otorgarle la cuarentena de años, pero apenas rozaba las treinta primaveras.

Y ahí estaba, ese hombre desalmado, lo que no quiere decir malvado, simplemente con un sentido del deber que anteponía incluso a sus propios intereses. Aspiraba a gobernar la ciudad con mano de hierro y redigir lo que quedaba de la raza humana a una nueva edad de oro en la ciencia y la política.

Se desplazó lentamente hasta el sillón, siguiendo al alcalde, pero no se sentó hasta que le fue dada la orden.

-Le he hecho venir por una razón, supongo que ya sabrá cual es.-Tarkión se sentaba mientras soltaba un gemido de cansancio.

-Cierto señor, a decir verdad esto podría considerarse una mera formalidad para que pueda salir a emprender la caza del sujeto, ¿me equivoco?

-Por supuesto que no. Bien sabido es el código de la ciudad. Pero he de pedirle un favor especial que deberás concederme.

-Faltaría más, no hubiera tenido que recurrir siquiera a esto, ya sabe cuanto odio las ceremonias por muy íntimas que sean.

-Lo que voy a pedirte creo que sobrepasa lo que incluso usted es capaz de comprender.-Tarkión vaciló por un instante, estaba improvisando el plan y eso no era bueno.

-¿De qué se trata? Señor, el tiempo es oro y estamos derrochando una fortuna.

-Verá, necesito al prisionero vivo durante 3 días a mi disposición antes de que sea aplicada la "Emendatio".

-Pero señor... eso no es posible, va contra todas las reglas establecidas en el código penal, nunca hasta ahora había sido violado de esta manera.-El oficial se empezaba a poner nervioso, su naturaleza le hacía ser sincero y fiel a las normas y sería un duro trabajo apartarlo de ese camino.

-Lo sé, pero nunca antes había escapado un prisionero, comprenda que es un caso excepcional. Ya sé que tiene su pequeña batalla personal contra él, pero le ruego que la deje de lado.

El oficial apretó los puños. La herida antes mencionada en la mejilla y labio había sido causada por uno de los palos con los que el prisionero se había defendido hace meses. ¿Y le pedía el alcalde que lo dejará a su disposición? Sería una misión complicada, ya que por culpa de ese golpe aún le lloraba el ojo cuando hacía algún gesto facial debido a un daño en el nervio. Nada en el mundo le haría más feliz que ver a ese indeseable morir en la Plaza de los Héroes.

Pero ahora se encontraba dividido entre el deber y una orden directa. Optó por hacer lo que parecía más lógico, que era obedecer a las normas flexibles antes que a las ya establecidas. El alcalde tenía razón, esta era una situación excepcional.

-Si... señor... Lo traeré sano y salvo en cuanto me de el permiso para partir.

-Lo tiene. Tómese su tiempo para capturarlo vivo y sin daño, y para preparar su salida.

-Si me disculpa, he de ser ascendido dentro de media hora. Me gustaría que acudiera. Partiré en cuanto termine.

Abrió la puerta y salió con el mismo ritmo al que había entrado. Una vez hubo cerrado la puerta Tarkión respiró aliviado. Con su perro más peligroso fuera buscando a su zorro más esquivo, la ciudad no se percataría del plan que empezaba a tomar forma en su mente.

Mientras tanto, el fugitivo se encontraba a escasas decenas de kilómetros de la ciudad, tratando de reunir víveres con su fiel amigo canino, cazando por los restos del bosque quemado donde los musgos servían de alimento a los herbívoros, ignorando que estaba empezando a ser buscado por el hombre más implacable sobre la faz de la Tierra.

A su vez, el oficial Arthur acababa de ser ascendido a comodoro por sus servicios de exploración después de las pruebas. Pero la misión que le había sido encomendada nublaba ese feliz día para su persona. Terminadas las breves celebraciones, estableció un perímetro de búsqueda de trescientos kilómetros, que ampliaría diez kilómetros por día hasta localizar a su "zorro".

Ahora todas las piezas estaban en el tablero y cada una cumpliría su función en la medida de sus posibilidades. Las cuales aún estaban por ver, debido al desconocimiento que las habilidades de los implicados causaban en las otras dos figuras de este juego.




Bueno, me he explayado un poquito porque me aburría, dentro de 2-3 días colgaré el capítulo X, lo ando escribiendo en folio. Y lamento no tener una foto que poner, es dificil encontrar una que se adecúe a este tema.

Capítulo VIII: Project Exodus II


Su nuevo uniforme consistía en unas ropas de color pardo, chaqueta y pantalón que no lograban diferenciarse correctamente debido a la similitud de tonos. Una correa negra las mantenía sujetas para que no se engancharan a ningún objeto durante su huída y las botas habían sido manchadas con barro para hacerle más difícil todavía el ser detectado.

Tarkión había dejado también su vieja cazadora larga, temiendo que el frío del invierno pudiera ser demasiado para el atuendo que le había sido otorgado. Vestido completamente su forma era similar a prolongación vertical de un suelo marrón humedecido con resquicios de musgo seco. El clima nunca permitía la formación de nieve, por lo que los tonos blancos y grises no eran necesarios, al menos de momento.

Recogió todo lo necesario de la celda, un par de latas de comida y una cantimplora llena de licor para por la noche y se dirigió a la salida por donde el aire se encontraba menos viciado. Según su memoria (si no le fallaba con tanta pérdida de consciencia) las cárceles estaban en el nivel más externo de la ciudad. Y es que eran un lugar destinado no a que la gente se escape y haga daño a los habitantes, sino para impedir que entrasen en la ciudad. El mundo exterior era considerado salvaje y hostil, completamente dominado por la naturaleza y las periódicas catástrofes, y nadie sobreviviría fuera durante mucho tiempo.

Pero él lo había logrado durante ocho años, podría volver a lograrlo. Sin embargo estaba en un paraje desconocido y no sabía cómo volver a su ciudad con su antigua vida ordenada según sus necesidades. Todo lo que podía hacer era esperar un día entero para tratar de orientarse correctamente según el viento, salida y puesta de sol y tratar de reconocer alguna montaña en la lejanía.

Caminó durante horas para encontrar un sitio lejano a la ciudad por si estaba en busca y captura, y se estableció temporalmente en la ladera sur de la montaña más cercana a la ciudad, lo suficientemente lejos como para no ser visto, y lo suficientemente cerca como para enterarse de cualquier movimiento de población.

Entonces recordó que tras la caída de artefacto del cielo, aparecieron los científicos unas doce horas después. Así pues, sabiendo que no había carreteras, cualquier medio de locomoción no podría superar mucha velocidad. Calculando burdamente se dió cuenta de que su ciudad no debería estar a más de cuatro días de camino a pie.

Comenzó a guardar sus provisiones de nuevo para emprender la marcha, cuando de la ciudad observó salir un tremendo fogonazo seguido de un ruido que hizo temblar la montaña entera. El objeto que salío disparado no era ni más ni menos que similar al encontrado en el monte quemado. Se elevó a una gran altura y comenzó a caer en la misma dirección en la que estaba su ciudad, desprendiéndose antes varios cientos de paquetes que se incendiaban al contacto con el aire, barriendo una vasta zona de terreno.

¿Era la ciudad el origen de estos artefactos? ¿Cómo es que sus habitantes desconocían o ignoraban que eran ellos quienes causaban esta desgracia? Ahora que estaba fuera de ese infierno, necesitaba volver a colarse dentro de la ciudad para preguntarle a Tarkión, tenía demasiadas preguntas en mente y necesitaban ser respondidas. Pero antes de eso, iría a su ciudad hasta que su búsqueda fuese algo anecdótico, hasta que fuese considerado leyenda como el primer hombre que escapó tras haber sido un superviviente de las catástrofes. Tarkión no era tan viejo como mostraba ser y un par de años resguardado no cambiarían las cosas de la ciudad.

Volvería, pero esta vez con pleno conocimiento y sin la inocencia que le hizo fiarse de la gente que ahora bombardeaba su antiguo hogar.






Hasta que me de la neura y escriba otro, ahí teneis otro poco más. Correciones y demases, a janreaver@gmail.com, gracias.

Capítulo VII: Re-Nacimiento


De nuevo un día lluvioso iniciaba una jornada que se tornaba cada vez más deprimente que las anteriores. Las finas gotas de agua se juntaban sobre su cara y resbalaban despacio hasta los ojos eliminando restos de hollín de la hoguera que había encendido la noche anterior.

Estando en esa especie de trance, en un mundo intermedio entre lo onírico y la dura realidad, cualquier estímulo externo era silenciado por la espesez de su mente, causando un estado en el que el cerebro recobra su consciencia y forma de ser poco a poco sin importarle la parálisis temporal del cuerpo recién despertado.

Así comenzó el día centésimo segundo de su vida, despertando en un amanecer oscuro y húmedo a la intemperie, acompañado únicamente por su fiel mascota y el frío característico del duro invierno. Se irguió lentamente y miró la negrura del cielo plagado de nubes. Supo entonces que no habría un nuevo amanecer, de alguna manera no dejaba de pensar que quizá ese día todo llegaría a su fin. Una nueva avalancha de ira celestial, destinada a rematar el trabajo causado por la primera sería una buena forma de acabarlo todo. Pero por el momento sus lamentos eran ignorados.

Vivir solo aún le costaba, echaba en falta el contacto humano del que durante tanto tiempo había maldecido, una ciudad llena de gente y donde siempre había al menos una persona mirándote. Donde entablar amistad con alguien era algo completamente imposible debido a la frialdad y al ambiente de hostilidad. Pero volviendo a mirar a su derecha, viendo el márgen izquierdo del río veía ahora una ciudad extinta antaño poblada por millones de seres con sus preocupaciones. Farolas retorcidas a voluntad de la flora, edificios y coches cubiertos por una gruesa capa de polvo pegajoso, animales aislados correteando por las zonas más amplias... No era una vida agradable en absoluto.

(Despierta...)

Ni siquiera había encontrado un cuerpo en todo este tiempo, alguna evidencia de que antes vivía gente allí. Si de la noche a la mañana perdiera toda su memoria, creería fervientemente ser el único ser humano que ha existido sobre el planeta. De repente tropieza con una piedra mientras caminaba pensando y cae desde lo alto dla ladera hasta la orilla del río. Rueda sin parar, tratando de frenarse con los brazos y piernas, removiendo hojas muertas humedecidas por las pequeñas crecidas del río, sin lograr detenerse a tiempo. Un fuerte golpe contra el suelo produce un chasquido seco sobre su brazo derecho, pero el mareo le impide sentir con claridad el dolor.

(Despierta... despierta...)

Mira a su mano, un largo hueso asoma de entre la carne roja y le es imposible moverse. Se ha roto el antebrazo y los escasos cien metros que le separan de su hogar habitual se pueden hacer eternos. No grita, ni siquiera hace una mueca de dolor. De nada serviría puesto que nadie le oye.

Vuelve a mirar su mano, pero algo ha cambiado. Tiene un grillete y está frío, la herida comienza rápidamente a cicatrizar de forma milagrosa.

-¡¡¡Mierda, chico, despierta!!!!

De pronto todo empieza a perder brillo y el bosque frío se transforma en paredes de roca. El pelo le crece, su cuerpo se hace más pesado y fuerte, y en lugar del dolor de su antebrazo aparece una tremenda jaqueca en el lateral de su cabeza.

-Venga, no tengo mucho tiempo. Coge esta ropa y huye, si todo sale bien volveré a saber de tí, seguro. Tan sólo sigue el plan apuntado que tienes en el bolsillo.

Tarkión le estaba abriendo los grilletes y le sujetaba para que no se cayera al suelo.






Tras mucho tiempo sin actualizar ya iba tocando, encontré la inspiración en la canción Polovtsia Dances, de la ópera "Prince Igor". Y entre eso y que está cayendo una lluvia de 3 pares de cojones, me acordé de mi pequeño y abandonado inicio del relato, por lo que me propuse terminarlo y seguir dejándoos un poco en vilo ^^

Hasta la próxima (firmad, se que lo leeis muchos pero no os veo contribuir eeeeh, aunque sean críticas destructivas, todo ayuda)

Capítulo VI: Desprecio




Ya habían pasado varias semanas desde su llegada a ciudad y aun así no conocía con totalidad todo el recinto. Toda la vida se centralizaba desde una amplia plaza cuadrada de piedra en la que se situaba la entrada a la catedral, direccionada opuestamente a la salida de ese nivel semicircular. En el segundo nivel había varios cientos de casas empotradas en la muralla, exactamente el mismo paisaje que se podía observar en las restantes capas de la ciudad-fortaleza.

Hace ya días que Tarkión no aparecía por su cuarto para informarle de las novedades. Pero incluso a pesar de ello, observa que el ambiente empieza a llenarse de crispación y nerviosismo a cada lugar por donde él va. Cada paso, cada metro y cada nivel que rebasa es observado con ojos de odio. "Al menos no han perdido las características básicas de la especie" piensa para sí a modo de consuelo. Sin embargo no deja de preguntarse el por qué de esa hostilidad encubierta, ni siquiera le permiten coger alimento de los almacenes como al resto, ni pasear libremente por la plaza. Recluso en la ciudad de los supervivientes, sus "salvadores" como así se hacían llamar.

Un altavoz informa para toda la ciudad "Se ruega a los ciudadanos que localicen al superviviente y lo dirijan al centro". Ni siquiera la voz les hizo ser un poco amables con él. A pesar de haberla oido todos, nadie se acercó para darle el aviso. Por suerte sabía donde estaba el centro, se dirigió allí de inmediato tras las mismas miradas de desprecio a las que se había enfrentado durante semanas.

La puerta se abrió a su llegada, y al fondo del mostrador pudo ver a Tarkión con rostro serio. El recinto era de un color blanco impoluto, sin asientos ni nada que lo hiciera especial. A decir verdad, era una simple caja de cartón pintada de blanco con una puerta de cristal para salir al exterior.

-Bueno, supongo que habrás notado ciertas... actitudes de los ciudadanos hacia tí. -Tarkión se giró sobre los talones y trato de parecer alegre.- Te voy a ser sincero amigo... mucha gente ha votado para que seas ejecutado. No sé de que te conocen, o que les has hecho antes del desastre, pero no les caes nada bien.

-...

-No hace falta que digas nada, ya me he encargado de todo. Yo no soy de aquí por lo que desconozco la política anterior a mi llegada. Me veo obligado a dar un voto de confianza, pero nadie quiere que te quedes en la ciudad... con vida. Por eso he optado por una pequeña solución. Asiente si estás de acuerdo.

Movió la cabeza de forma afirmativa, y antes de que Tarkión volviera a hablar, una muchedumbre enfurecida entró en el recinto, golpeándolo con furia en la cabeza y llevándoselo.

-Lo lamento chico... así ha tenido que ser... espero que todo salga bien.

Capítulo V: Gotham



Poco a poco, como engranajes oxidados y trabados por la arena, su mente empieza a aclararse. No sabe donde está, ni cuanto tiempo lleva ahí. Aún no ha podido abrir los ojos, pero de poco le habría servido ya que estaba completamente a oscuras. Las paredes estaban completamente mojadas, despidiendo un olor nauseabundo, agrietadas hasta límites en los que cabía un brazo por cada fisura.

Por suerte no le han herido, puede levantarse sin problemas. No se encuentra débil, ni siquiera hambriento. De repente, una luz roja se dedica a iluminar toda la estancia, dándole así una ligera impresión del lugar. Una especie de celda, no más ancha de cuatros metros, ni más larga de cinco. La altura no podía divisarla, pero lanzando algunos cascotes hacia arriba se podía tocar el techo. En una de las pasadas observó una puerta de metal con remaches de algo que parecía ser madera. Aproximado a la puerta empezó a oir unos ruidos. Pasos, de una muchedumbre calzada con botas pesadas. En unos pocos segundos estarían enfrente de su celda, y esta vez no podía repelerlos de ninguna manera.

Con ligero ruido la puerta se abrió y una luz cegadora dejaba entrever una silueta de un ser más pequeño que él.

-¡Hola! Vaya, esto es muy emocionante. Perdón por nuestro trato, nuestros investigadores se asustaron al ver a alguien merodeando por el punto de impacto y decidieron que lo mejor era neutralizarte y traerte a nuestro pequeño fuerte.

Poco a poco la luz se hizo soportable y pudo observar al ser que le hablaba. Un hombre de unos sesenta años, con barba de días y pelo canoso, voz amable y vestido con un atuendo parecido a una bata de hospital.

-De verdad que lamento el incidente. Pero bueno, ya que estás aquí espero que tengamos mucho de lo que hablar. Al parecer eres el unico superviviente del primer impacto en toda Europa. ¿Qué, impresionado?

-....

-Veo que eres hombre de pocas palabras. No te preocupes, es normal que prefieras guardar silencio, todos hemos sufrido esa repentina mutez al llegar aquí. Es que el desconocimiento paraliza un poco los sentidos. Ah, y perdón por el alojamiento. Si te sirve de consuelo todos dormimos en sitios como estos, pensamos que estarías cómodo.

Había algo en él que le hacía fiarse. Tal vez ese caracter amable y la simpatía al hablar. Pero no dejaba de ser una persona, superviviente además de algo que él llamaba "impacto". ¿Impacto de qué? Se le vinieron varias preguntas a la cabeza.

-¿Donde estoy?- hasta su voz sonaba extraña dentro de ese lugar.

-¡¡Vaya!! Me dejas impresionado. Normalmente los sujetos empiezan a hablar y relacionarse con el comité tras unos días. Estupendo progreso, estupendo. Bien, respondiendo a tu pregunta, no estás muy lejos del lugar donde te recogimos. A unas cuantas semanas de camino a pie, lo que estimo unos novecientos kilómetros.

He debido de estar días enteros sedado...

-Bien... tengo otras dos preguntas.

-Y yo estaré encantado de responderlas, pero antes vayamos a comer algo al centro de la ciudad.

La ciudad fue sin duda lo que más le había impresionado después del segundo impacto. Un recinto circular amurallado con puertas colocadas al norte y sur alternativamente, por lo que el camino hasta el centro era de varios kilómetros. En el centro había una gigantesca catedral gótica, bajo cuyos arbotantes se situaban algunas casetas con gente vestida de manera similar al hombre que le acompañaba. Todos se le quedaron mirando con asombro, como si fuera un ser sobrenatural venido del mismísimo infierno.

-Bien, hemos llegado. Lamento la situación de la plaza central, el noveno impacto la ha dejado hecha un poco desast...

-¿Noveno?

-Si, bueno, iba a comentarte eso ahora mismo. Verás, en tu zona sólo han ocurrido dos impactos. El impacto general, que estoy seguro recuerdas, y el segundo impacto que quemó el bosque. Aquí ha caido regularmente cada año uno similar al que presenciaste recientemente.

Algunas torres de la catedral se encontraban completamente quemadas, recubiertas de una negrura de ceniza y carbón, las cristaleras eran inexsistentes y la plaza había cientos de monumentos funerarios.

-Veo que te has detenido a ver nuestros monumentos. Son en honor a todos los que han caído tras cada impacto. Aquella zona del noroeste es la zona de los héroes, quienes salvaron la ciudad en las anteriores ocasiones. Pero desgraciadamente los pocos que quedan vivos no han podido evitar el último desastre, como habrás podido observar.
Por cierto, aún no me has dicho tu nombre, o como quieres ser llamado.

-Tampoco tú me has dicho el tuyo

-Ahhh, jajajaja, hombre desconfiado ¿eh?. Yo me llamo Tarkión, soy el alcalde, por decirlo de una manera, de esta ciudad.

-¿Esta? ¿Acaso hay otras?

-No, al menos que sepamos. Verás, hemos explorado varias veces el planeta y hasta la fecha no hemos encontrado ninguna civilización ni ciudad nueva. Así que podría decirse que esta es LA ciudad. Somos una pequeña comunidad de poco más de cuarenta mil habitantes. Pero aún no me has dicho tu nombre.

Pensó largo rato sobre su nombre. Estaba claro que el anciano no se llamaba así, por lo que supuso que eso sería un nuevo nombre creado de la nada. Por eso inventó un nombre nuevo, unico y que nadie tuviera.

-Me llamo... Daxpa. Y al igual que el tuyo, mi verdadero nombre permanecerá en el anonimato.

-Chico inteligente, la verdad es que los nombres antiguos de poco sirven, es mejor que cada cual se bautice con el nombre que desea. Yo antes de llamarme así era llamado Padre Ricardo. Pero no hablemos más. Te presento a la ciudad. Bienvenido a Gotham.

Capítulo IV: Encuentro


Esa noche no durmió. Cada vez que cerraba los ojos notaba una sensación de quemazón y le hacía revivir el inmenso calor despedido del monte. Aún a estas horas se podía ver las enormes columnas de humo rodeando la zona del impacto, como un trazo perfecto que desvelaba la zona del cielo atravesada por el objeto antes de tocar tierra.

Madrugada, lleva casi un día entero sin dormir, estaría acostumbrado de no ser por la tremenda fatiga y las contusiones de ascender al monte. No deja de pensar en el trozo de metal causante de tamaña devastación, es algo que estaba fuera de sus perfectos planes y lo desconcierta. Sin más dilación se viste, coge algo de comida para el camino y vuelve al origen.

Asciende con la misma penosa dificultad, con la única diferencia de que el fuego ya no existe, no hay tanto calor, pero unas espesas nubes de humo le impiden ver y respirar. Siente cómo el oxígeno le abandona, cómo los ojos le son inútiles en estos momentos, cómo las quemaduras de las manos escuecen a cada momento que tienen contacto con algo. Avanza a pesar de su penosa situación, es más poderosa la fuerza de su curiosidad que la mella ocasionada por sus heridas.

Nada mina su ánimo, llega a la cumbre y se dirige al centro del agujero. Pero de repente se detiene. Un murmullo suena desde su derecha, lo suficientemente lejos como para que aún no haya sido advertida su presencia, envuelto en los ropajes del color de la noche.

- ¡Maldita sea!- murmura. La luna llena resplandece como una gigantesca moneda de plata alumbrada por el sol. Incluso le sorprende oir su propia voz. Ha sonado ronca, tan grave como un tambor bajo el agua. Hacía tiempo que no articulaba ninguna palabra, no le resultaba necesario para no perder la cordura en ese mar de soledad.

La luna... casi se había olvidado de ella al ponerse a pensar en su voz. Si no se esconde rápido de nada servirían los ropajes oscuros, puesto que la claridad era tal que se podría permitir el lujo de leer en mitad de la noche sin ayuda de luces artificiales.

Otro ruido, esta vez más cercano. Se acercan, estima al menos unos siete seres, todos ellos vestidos de naranja y con bastones blancos que clavaban con furia en el suelo, como si buscaran algo debajo de la tierra. Siguen aproximándose, se le está acabando el tiempo. Observa que no llevan ningún tipo de objeto con el que se puedan defender, a excepción del palo, pero no parece muy grueso ni resistente como para hacerle daño. Se le acaba el tiempo, los tiene a escasos metros, si ha de hacer algo debe hacerlo ya.

Salta rápidamente y noquea a dos de ellos con patadas en el tórax mientras les roba los bastones. Su consistencia parece firme, aunque presiente que del primer golpe se romperán. Inutiliza a otros tres a base de bastones hasta que se rompen. Le quedan otros dos.

Se reagrupan al fondo del pequeño llano, haciendo gestos hostiles e intimidatorios contra él. De repente, un objeto le golpea la nuca. Había contado mal el número de asaltantes. Lo último que siente es que lo arrastran bajo unas lonas y le hacen tragar algo. Pierde la visión temporalmente y oye las voces cada vez más apagadas.

Capítulo III: Impacto


Se levanta como cada mañana a las cuatro y media de la madrugada. Alza la vista al cielo y se dispone a correr un par de kilómetros para no perder la forma. Su trayecto es siempre el mismo, saliendo desde el hospital hasta el muelle, corriendo de nuevo hasta la ladera de los montes del oeste y de nuevo al hogar.

Desayuna una taza de café y una pieza de fruta. Se viste, ducha y afeita todos los días con el mismo ritual, propio de un hechicero maya a punto de enviar al dios Sol nuevas víctimas. Prepara un poco de carne para su amigo cuadrúpedo, ahora ya adulto y miembro de una manada de lobos que caza al norte de la ciudad. Ni siquiera la condición de cazador le ha perder el respeto por el ser humano que le alimentó durante su infancia. Se acerca entre los arbustos y olisquea el trozo de vaca, caliente y con un agradable aroma a especias. Tras devorarlo con avidez, se frota contra el viejo abrigo de su benefactor y se dispone a unirse a su clan antes de que el sol salga por completo.

Emprende la vuelta a casa. Algo ha cambiado. El aire es denso, pesado, como si fuera posible cortarlo y llevarlo entre los dedos. El ambiente se encuentra reseco, la boca tiene cierto regusto a ceniza. El cielo empieza a adquirir ciertos tonos anaranjados, el viento ha dejado de soplar.

Ocho años... ocho largos años con ese estilo de vida. Sin encontrar a ningún otro ser humano, había explorado un radio de trescientos kilómetros a la redonda. Encontró varias ciudades, varios refugios, cadáveres y algunos utensilios que le eran desconocidos. Pero nunca, nunca desde el inicio de su era había visto algo similar. El horizonte estaba en llamas, un fuego que cegaba la vista y hacía oscurecerse al resto de la bóveda celeste.

De nuevo otro resplandor, y al instante una inmensa fuerza lo empuja, tirándolo al suelo con una fuerza titánica. Bañado por sudor y luz se levanta y trata de buscar un refugio antes de que una segunda onda le alcance y le parta la columna en dos.

Tercer impacto, seguido del cuarto, quinto, y así sucesivamente hasta unos veinte. Tras terminar todo el ruido, el monte había quedado reducido a una textura negra y humeante con algunas trazas de fuego encendido.

Con la velocidad que le permitían sus piernas y el destrozado terreno, se dirigió al centro del monte. No estaba lejos, unos cuatro kilómetros y medio como mucho. Ascendió por la ladera del coloso de rocas en llamas. Un paisaje desolado, repleto de tierra negruzca como el alma de un asesino, de piedras fundidas penetrando por los resquicios de las grietas del terreno, restos calcinados de un bosque que hasta hace unas horas había sido dueño y señor de esa zona.

La subida le tomó más tiempo del esperado, pero logró alcanzar la cima, origen del impacto. Una mano se alza junto al borde, bajando con furia y aferrándose al suelo humeante. El calor le quema y le calienta el aire de los pulmones, haciendo cada paso imposible, un esfuerzo que fácilmente se podría corresponder con las poderosas hazañas de los dioses de la guerra nordicos.

Finalmente eleva su cuerpo y se aproxima al centro de un cráter con un objeto en su centro. Un objeto creado por el hombre, que le dió temor y esperanza. La posibilidad de que hubiera sobrevivido alguien más le daba ánimos... pero desconocía las intenciones de los supervivientes lo desconcertaba y lo asustaba, esa manera de arrasar un bosque entero no es algo que mereciera ser elogiado.

En el centro estaba el artefacto, o los restos del aparato inicial. Bajo un lateral se podía leer con claridad "AD-1 Project Éxodus - Prototype B"




A petición del escaso público, edito el título del pasaje ya que desvelaba un poco del final.

Capítulo II: No estás solo


Han pasado ya 3 meses desde el desastre. Por el momento el estilo de vida que lleva no le causa ninguna desgracia. Desconoce las enfermedades, no tiene hambre y se encuentra más fuerte que nunca a pesar de haber perdido mucho peso. Su maltrecha ropa ha sido sustituida por un largo abrigo que le llega hasta los pies, lo suficientemente ligero como para permitirle cazar a pie, y lo bastante pesado como para protegerle de las frías noches en las que el fuego está ausente.

Sus manos están destrozadas. Entre los trozos de vendaje sucio se dejan ver unas heridas que sólo dejan amainar su dolor cuando recibe un dosis de calmantes. Esas marcas fruto de una mala caza que le atacó tardaban demasiado en curar, pero el tiempo haría su trabajo si se le dejaba actuar con su particular y lento ritmo.

Había salido a buscar algo para la cena, un conejo ya viejo, ya que odiaba cazar animales jóvenes o quitar vidas a seres que tuvieron la suerte de salir vivos del diluvio. Respetaba todo tipo de vida siempre y cuando le fuera inofensiva. Más de una vez compartió su alimento y refugio con animales, como antaño hicieron sus antepasados prehistóricos. El inicio de la domesticación de algunos de sus semejantes mamíferos le proporcionaría compañía, si bien no muy habladora, al menos sus jornadas de busqueda de alimento se harían más amenas si tenía alguien con quien compartir la comida.

Entre los cascotes de la plaza donde se despertó por primera vez desde el inicio del nuevo mundo encontró un poco de musgo. Había encontrado una forma de obtener alimento de ese ser, poniendolo sobre la carroña acababa dando una especie de agua dulce muy sabrosa, que quitaba la necesidad de nutrirse, aunque no el hambre. Este especimen no se encontraba en el viejo mundo, posiblemente fuera una mutación del musgo regional adaptado a un ambiente extremedamente acuoso.

Siguió buscando y encontró un trozo de carne ya putrefacta y otro poco de musgo. Suficiente, con lo que tenía en su guarida tenía actualmente reservas para veinte días y dos personas. Emprendió la vuelta a casa, cuando algo llamó su atención. Un lobezno blanco aullaba a la luna que se alzaba alta y magnífica en el cielo, permitiendo la visibilidad incluso en la noche más oscura imaginable. Se acercó y trató de darle algo de comer, pero el pequeño hijo de lobo rehusó tal ofrecimiento. Sin embargo, comprendió que en ausencia de sus progenitores su existencia dependía de ese extraño ser que le ofrecía alimento. Optó por fiarse, y aunque no probó bocado la idea de calentarse un poco ante una hoguera satisfizo un poco su curiosidad.

Domesticar un lobo... quizá sería un buen desafío. Un lobo que le ayudase a cazar, un animal con un fuerte instinto de respeto hacia el líder. Si lo cuidaba bien podría vivir con él hasta que ambos murieran de viejos. Tras acercarse lentamente a él y olerlo, le ofreció algo de comida que esta vez aceptó. Un trozo de un ciervo anciano que fue a morir a pocos metros de su refugio la semana anterior bastó para crear un lazo de fraternidad entre cazadores. Ambos eran iguales, inteligencia desmedida, una gran capacidad de adaptación y con un código de honor que les impedía traicionarse entre ellos.

Así encontró un amigo, tal vez el más fiel que se haya conocido sobre la tierra. Y al amanecer se les podía ver a ambos mirando un sol nuclear, naranja destellante en el cielo que iluminaba con fulgor todo el yermo que anteriormente fue conocido como una ciudad importante. Dos compañeros, lobo y hombre alzados como dueños y señores del planeta. Destilando una grandeza similar a los grandes reyes del pasado, figuras talladas en piedra de profundos castillos y baluartes de resistencia ante las agresiones de los enemigos.




He cambiado algunas partes, y como consecuencia me ha salido más corto de lo esperado, pero en beneficio del 7º capítulo. La historia era demasiado retorcida si hubiera encontrado un compañero humano, así que he decidido suprimirlo entero y crear un lobo. ¿Por qué un lobo? Pues porque es un animal que me encanta, y porque es la esencia pura de los actuales perros. Domesticar un lobo es dificil, pero se consigue un compañero valeroso, fuerte y orgulloso para el resto de tu vida.

Capítulo I: Abastecerse es lo primero


Llevaba varias horas caminando por la ciudad, buscando comida y tratando de encontrar un refugio para pasar la noche, o quizá el resto de lo que le quedaba de vida. Había visitado zonas que le habían sido muy familiares antaño: La cafetería donde desayunaba antes de ir al trabajo, el supermercado que le llevaba la compra a su casa, el parque donde paseaba a su perro...

Su perro ¿qué habría sido de él? Muerto posiblemente, al igual que muchos otros seres vivos. Se propuso encontrar su cuerpo en cuanto acabara planes más urgentes, como encontrar una fuente de alimento duradera o un medio de transporte. Bueno, al menos estaría entretenido durante un par de semanas.

Siguió paseando durante horas, ya no recordaba la última vez que había comido algo, y de haberlo hecho, su estómago le habría respondido con furia por torturarle con la imagen de alimentos sabrosos. Necesitaba comer y algo de atención médica, o al menos drogas para calmar su dolor, así que se puso rumbo al hospital más cercano.

Fue fácil encontrarlo. En unos quinientos metros a la redonda el suelo estaba repleto de cristales de material quirúrgico, microscopios, escalpelos... Aquello estaba desolado, una cruz roja de acero estaba tirada y retorcida en el suelo junto con los arneses que la mantenían sujeta a la pared. La pintura había sido teñida de un color amarillento y partes del edificio aún se mantenían en pie. Esperaba encontrar algo de comida enlatada en las despensas del hospital y algún tipo de tablilla o reconstituyente para disminuir el dolor de las costillas.

A pesar de su mala suerte hasta entonces, por una vez, la fortuna le sonreía y le concedió el capricho de satisfacer sus necesidades actuales. Encontró comida para un par de días o una semana, y abundantes reservas de medicamentos que le servirían en caso de alguna epidemia que hubiera podido desarrollarse con el cambio de clima. Mientras seguía buscando, detuvo su vista en una caja metálica sobre un montón de cajas vacías ya exploradas. "¿Qué será eso?" Pensó. Cuidadosamente lo abrió, y vió en su interior un juego de jeringuillas y cinco ampollas de cristal amarillento. Sus básicos conocimientos de medicina le hacían sospechar de ese compuesto, hasta que detrás del papel acolchado que mantenía las partes de cristal en un estado seguro, encontró un tratado explicando la forma correcta de emplear la tetrodotoxina.

"Vaya... curioso..." Su mente empezaba a calcular todas las posibles salidas que tenía en ese instante. Estaba claro que no iba a encontrar muchos humanos por donde vivía, y no sabía con certeza si encontraría más comida en el plazo de una semana. Envenenarse... podría ponerle fin a todo, pero antes preferiría optar por agotar todas sus oportunidades. De todas formas, se llevó la caja consigo, no iba a morir de hambre ni de una larga enfermedad que le impidiera valerse por sí mismo.

Con un cobijo, comida y medicinas, decidió salir en busca de otros posibles supervivientes, pero sin alejarse demasiado de su nuevo hogar. Dejó marcas, escrituras y objetos extraños en lugares poco comunes, señalando la localización exacta de su nueva base. Con suerte, alguno de los lectores de esas pistas pudieran encontrarlo aunque él no estuviera buscando a nadie en ese momento.

También comenzó a emplear un papel reseco con un poco de tinta, a modo de diario. Por lo menos tendría algo que leer, aunque fuera su propia vida. O no olvidaría lo que le ha pasado por culpa del alzheimer, enfermedad muy común entre los hombres y mujeres un poco mayores que él. Esto es todo lo que se encontraría de su vida...


Día 3: Hoy he empezado la segunda caja de provisiones. He mellado un bisturí para hacerlo, pero tengo bastantes todavía. Sigo esperando alguna señal de otros supervivientes, pero de momento no tengo noticias. He encontrado un poco de cuerda y un cristal con forma extraña. Quizá pueda utilizarlos dentro de una semana cuando me toque hacer una inspección por el puerto, podría comer un poco de pescado en lugar de esta especie de argamasa blanca. Cómo echo de menos el comer caliente... iré mañana a la biblioteca para informarme sobre la disposición de piedras no porosas, que ya hayan secado para poder hacer chispa y calentar la comida. He dispuesto unas cuantas toneladas de madera en el helipuerto del hospital, creo que se sequen en un par de días más. Para entonces espero haber encontrado algo con lo que encenderlas.







Bueno, el episodio 3 lo he logrado encontrar por entre unos discos, el 2 lo he perdido y el 6 está a medias. Prometo que esto no me llevará más de 15 días el reconstruirla entera, tengo buena memoria y me acuerdo del argumento central, aunque quizá elimine algunas partes que veo que ya no me sirven, y añada algunos detalles (ejemplo del veneno de pez globo, antes usaba la nitroglicerina)

Un saludo y espero que os guste un poco este, no es tan... lírico no bonito como el primero, pero está mas desarrollado. Ah, no espereis nombres en la historia, nunca los escribí. Creo que es la primera novela en la que ningún personaje tiene nombre.

PRELUDIO



Pocos amaneceres como tal se vieron sobre la Tierra alguna vez. Sólo las agujas de los relojes mostraban la verdadera hora que había sido empleada como medida hasta ese momento, sólo ellos desvelaban el paso del tiempo entre la negrura de las nubes.

Los dioses apuñalan una y otra vez el cielo, causando un sonido sordo que hace retemblar el mundo entero. Un instante después, una lluvia contaminada por siglos de industria cae con la furia de un millón de mares, arrasándolo todo, borrando de la faz del planeta todo vestigio de vida humana. La incredulidad de los habitantes de los edificios más altos había sufrido un grave desplome, rápidamente el agua llegaba hasta las plantas más altas del más alto edificio construido por el hombre, mientras los vientos huracanados destrozaban los cristales.

Poco a poco, hora a hora todas las ciudades y sitios habitables del planeta habían sido reducidos a cenizas, unas tumbas submarinas para miles de millones de personas. Castigados por nuestra arrogancia sufrimos un destino peor que la muerte. El olvido, el saber que nunca nadie más cantaría nuestras canciones, recordaría nuestras anécdotas, viviría en nuestras casas ni tendríamos familiares que nos lloraran al perdernos. Todas las historias serían enterradas por las silenciosas ruinas de las ciudades antaño habitadas por seres indiscutiblemente orgullosos.

Nunca se supo la duración de la tormenta, caso contrario pasó con la intensidad de la misma, suficiente como para destruir toda una civilización en su época de pleno esplendor. Pero pasaron las horas, siguieron pasando y el nivel del agua causante de esta destrucción disminuyó. Dejó ver pequeñas zonas cubiertas por algas que rápidamente habían empezado a colonizar las ciudades costeras. Dejó ver un mundo de piedra, hierro y cristal, parecido a las ruinas que escritores describieron como un paisaje idílico, Argonath cubiertos de musgo.

No hubo nadie a salvo del colosal azote de la naturaleza... pero en una gran ciudad Europea, un sol brillante ilumina una plaza de roca blanca. Repleta de cascotes y con cientos de manchas verdosas el suelo comienza a agitarse.

Una figura se alza y su retina sufre al cambio de luz. El blanco de la plaza le impide visualizar los objetos con claridad y le desorienta. Se tambalea y cae, para alzarse de nuevo acostumbrado a la luminosidad del área. Sus ropas están hechas jirones, posiblemente tenga un par de costillas fracturadas y se encuentra terriblemente hambriento.

Alza su mirada para terminar de observar la devastación causada por capricho divino. Levanta su mano lentamente, la cierra en forma de puño y con fuerza grita y maldice al causante de su desgracia. Maldice perder una vida, maldice el estar solo, el no saber el tiempo que le queda y la vuelta a una prehistoria en carnes. Se pone una capucha verde oscura acoplada a su destrozada ropa y emprende la marcha en busca de algo de alimento que se haya salvado de la inundación.

Emprende la marcha. Más cerca del reino de la inanimación que de los seres con calor, emprende la marcha. Su hambre, el dolor de las contusiones y la ceguera temporal por exceso de luz son un grave inconveniente, pero al menos esta vivo. Y eso es algo que le da fuerzas, el vivir para ser el último. Jura no perder lo poco de humano que le queday trata de organizar su nueva vida. Porque por encima de todo y a pesar de no tener nada en esta vida, nada más que sus manos, no quiere morir.






Quizá a algunos os suene un poco a la película "Soy Leyenda", pero este escrito lo hice hace unos 3 años, forma parte de una mininovela de 200 páginas que escribía en mis ratos libres de verano. Si a alguien le gusta puedo intentar encontrar el resto de las partes y terminarla (está inacabada). Y si no... pues al menos he pasado un ratito poniendo la introducción, os guste o no.