Capítulo X: La cacería.


Comenzaba a anochecer un mes más tarde, cuando por fin se encontró listo para emprender la persecución de su presa. Había sido un duro mes de invierno, solamente alegrado minúsculamente por el ascenso a comodoro de la ciudad, el más alto rango posible en la defensa de las murallas. Sin embargo toda la dureza del tiempo no era nada comparada con la lucha interna a la que se debatía constantemente, causada por la orden que el propio Tarkión le había dado. Por un lado la férrea obediencia a las normas le impedía realizar su cometido, junto con su ansia de castigar al fugitivo por haberle dañado el rostro, y por el otro era desobedecer una orden directa, lo que le costaría su puesto y todos los años que se había pasado ascendiendo en la escala de la guardia.

Vistió su largo abrigo gris con solapas y se introdujo dentro de un potente coche de mando, listo para desplazarse a gran velocidad hasta el punto donde lo recogieron por primera vez, el lugar del impacto del artefacto. Todo en él era energía, una fuerza interna que le obligaría a encontrarlo aunque tuviera que cruzar el inmenso oceáno que desde la creación había pasado a ser un obstáculo insalvable.

De repente sintió algo, la sensación de ser observado. Aunque estaba en mitad de la noche, alguien le miraba desde un lateral del camino, unos ojos brillantes que reflejaban la luz de los catadriópticos. Bajó del vehículo y caminó torpemente por el terreno embarrado unos metros. Ese brillo seguía ahí, desafiándole y haciendole sentir escalofríos por toda la espalda. ¿Miedo? Quizá fuera eso, nunca hasta la fecha había llegado a sentirse tan aterrado por una cosa que pudiera ser tan simple como el reflejo de unos ojos. Buscó palpando la linterna de su cinturón, la alzó y rápidamente la encendió.

La luz trazó una trayectoria perfectamente visible debido al polvo aún no disipado del ambiente y en vano trató de aclarar el misterio de ese brillo. Cada lugar donde impactaba era simplemente un escenario de ramas secas, que proferían sombras tan negras como el carbón y daban impresión de llegar a ser palpables y densas.

-No hay nada...

Giró sobre sus talones y volvió a meterse dentro del coche. Tras arrancarlo, volvió a ver esos ojos, pero esta vez simplemente los ignoró y prosiguió su camino. Una vez se hubo alejado lo suficiente, esos mismos destellantes ojos pestañearon y comenzaron a moverse en sentido contrario al comodoro.

Bailaban, se movían rápidamente y cambiaban de dirección constantemente a cada ruido extraño que la noche producía. Finalmente, al llegar a un claro de luna, se detuvieron a mirar el cielo. Y en ese instante, la luz reflejada por su infatigable compañera nocturna iluminó el rostro del perseguido. Exhaló aire y prosiguió con su camino a la ciudad, pensando únicamente en la enorme ventaja que le proporcionaron sus reflejos, la noche y el miedo humano a todo lo que nos es desconocido. Porque gracias al miedo, que inundó por completo la mente del comodoro Arthur, tuvo tiempo para esconderse en un pequeño recodo detrás del matorral que había sido examinado con la luz de la linterna.

Aún le quedaban varios kilómetros hasta la ciudad, pero podía verla a lo lejos, con sus torres altas como nacidas por el desgaste de la propia montaña sobre la que fue tallada y con ese brillo blanco, que no casaba con el negro corazón del que el tenía por enemigos.

1 comentario:

Zeros dijo...

¿Estas esperando a que te diga que pongas el siguiente capítulo para que lo pongas, o que?

:P

PD: No abandones la historia, porque mola, y ponla bajo licencia cc de una vez...