Capítulo III: Impacto


Se levanta como cada mañana a las cuatro y media de la madrugada. Alza la vista al cielo y se dispone a correr un par de kilómetros para no perder la forma. Su trayecto es siempre el mismo, saliendo desde el hospital hasta el muelle, corriendo de nuevo hasta la ladera de los montes del oeste y de nuevo al hogar.

Desayuna una taza de café y una pieza de fruta. Se viste, ducha y afeita todos los días con el mismo ritual, propio de un hechicero maya a punto de enviar al dios Sol nuevas víctimas. Prepara un poco de carne para su amigo cuadrúpedo, ahora ya adulto y miembro de una manada de lobos que caza al norte de la ciudad. Ni siquiera la condición de cazador le ha perder el respeto por el ser humano que le alimentó durante su infancia. Se acerca entre los arbustos y olisquea el trozo de vaca, caliente y con un agradable aroma a especias. Tras devorarlo con avidez, se frota contra el viejo abrigo de su benefactor y se dispone a unirse a su clan antes de que el sol salga por completo.

Emprende la vuelta a casa. Algo ha cambiado. El aire es denso, pesado, como si fuera posible cortarlo y llevarlo entre los dedos. El ambiente se encuentra reseco, la boca tiene cierto regusto a ceniza. El cielo empieza a adquirir ciertos tonos anaranjados, el viento ha dejado de soplar.

Ocho años... ocho largos años con ese estilo de vida. Sin encontrar a ningún otro ser humano, había explorado un radio de trescientos kilómetros a la redonda. Encontró varias ciudades, varios refugios, cadáveres y algunos utensilios que le eran desconocidos. Pero nunca, nunca desde el inicio de su era había visto algo similar. El horizonte estaba en llamas, un fuego que cegaba la vista y hacía oscurecerse al resto de la bóveda celeste.

De nuevo otro resplandor, y al instante una inmensa fuerza lo empuja, tirándolo al suelo con una fuerza titánica. Bañado por sudor y luz se levanta y trata de buscar un refugio antes de que una segunda onda le alcance y le parta la columna en dos.

Tercer impacto, seguido del cuarto, quinto, y así sucesivamente hasta unos veinte. Tras terminar todo el ruido, el monte había quedado reducido a una textura negra y humeante con algunas trazas de fuego encendido.

Con la velocidad que le permitían sus piernas y el destrozado terreno, se dirigió al centro del monte. No estaba lejos, unos cuatro kilómetros y medio como mucho. Ascendió por la ladera del coloso de rocas en llamas. Un paisaje desolado, repleto de tierra negruzca como el alma de un asesino, de piedras fundidas penetrando por los resquicios de las grietas del terreno, restos calcinados de un bosque que hasta hace unas horas había sido dueño y señor de esa zona.

La subida le tomó más tiempo del esperado, pero logró alcanzar la cima, origen del impacto. Una mano se alza junto al borde, bajando con furia y aferrándose al suelo humeante. El calor le quema y le calienta el aire de los pulmones, haciendo cada paso imposible, un esfuerzo que fácilmente se podría corresponder con las poderosas hazañas de los dioses de la guerra nordicos.

Finalmente eleva su cuerpo y se aproxima al centro de un cráter con un objeto en su centro. Un objeto creado por el hombre, que le dió temor y esperanza. La posibilidad de que hubiera sobrevivido alguien más le daba ánimos... pero desconocía las intenciones de los supervivientes lo desconcertaba y lo asustaba, esa manera de arrasar un bosque entero no es algo que mereciera ser elogiado.

En el centro estaba el artefacto, o los restos del aparato inicial. Bajo un lateral se podía leer con claridad "AD-1 Project Éxodus - Prototype B"




A petición del escaso público, edito el título del pasaje ya que desvelaba un poco del final.

No hay comentarios: