Capítulo VII: Re-Nacimiento


De nuevo un día lluvioso iniciaba una jornada que se tornaba cada vez más deprimente que las anteriores. Las finas gotas de agua se juntaban sobre su cara y resbalaban despacio hasta los ojos eliminando restos de hollín de la hoguera que había encendido la noche anterior.

Estando en esa especie de trance, en un mundo intermedio entre lo onírico y la dura realidad, cualquier estímulo externo era silenciado por la espesez de su mente, causando un estado en el que el cerebro recobra su consciencia y forma de ser poco a poco sin importarle la parálisis temporal del cuerpo recién despertado.

Así comenzó el día centésimo segundo de su vida, despertando en un amanecer oscuro y húmedo a la intemperie, acompañado únicamente por su fiel mascota y el frío característico del duro invierno. Se irguió lentamente y miró la negrura del cielo plagado de nubes. Supo entonces que no habría un nuevo amanecer, de alguna manera no dejaba de pensar que quizá ese día todo llegaría a su fin. Una nueva avalancha de ira celestial, destinada a rematar el trabajo causado por la primera sería una buena forma de acabarlo todo. Pero por el momento sus lamentos eran ignorados.

Vivir solo aún le costaba, echaba en falta el contacto humano del que durante tanto tiempo había maldecido, una ciudad llena de gente y donde siempre había al menos una persona mirándote. Donde entablar amistad con alguien era algo completamente imposible debido a la frialdad y al ambiente de hostilidad. Pero volviendo a mirar a su derecha, viendo el márgen izquierdo del río veía ahora una ciudad extinta antaño poblada por millones de seres con sus preocupaciones. Farolas retorcidas a voluntad de la flora, edificios y coches cubiertos por una gruesa capa de polvo pegajoso, animales aislados correteando por las zonas más amplias... No era una vida agradable en absoluto.

(Despierta...)

Ni siquiera había encontrado un cuerpo en todo este tiempo, alguna evidencia de que antes vivía gente allí. Si de la noche a la mañana perdiera toda su memoria, creería fervientemente ser el único ser humano que ha existido sobre el planeta. De repente tropieza con una piedra mientras caminaba pensando y cae desde lo alto dla ladera hasta la orilla del río. Rueda sin parar, tratando de frenarse con los brazos y piernas, removiendo hojas muertas humedecidas por las pequeñas crecidas del río, sin lograr detenerse a tiempo. Un fuerte golpe contra el suelo produce un chasquido seco sobre su brazo derecho, pero el mareo le impide sentir con claridad el dolor.

(Despierta... despierta...)

Mira a su mano, un largo hueso asoma de entre la carne roja y le es imposible moverse. Se ha roto el antebrazo y los escasos cien metros que le separan de su hogar habitual se pueden hacer eternos. No grita, ni siquiera hace una mueca de dolor. De nada serviría puesto que nadie le oye.

Vuelve a mirar su mano, pero algo ha cambiado. Tiene un grillete y está frío, la herida comienza rápidamente a cicatrizar de forma milagrosa.

-¡¡¡Mierda, chico, despierta!!!!

De pronto todo empieza a perder brillo y el bosque frío se transforma en paredes de roca. El pelo le crece, su cuerpo se hace más pesado y fuerte, y en lugar del dolor de su antebrazo aparece una tremenda jaqueca en el lateral de su cabeza.

-Venga, no tengo mucho tiempo. Coge esta ropa y huye, si todo sale bien volveré a saber de tí, seguro. Tan sólo sigue el plan apuntado que tienes en el bolsillo.

Tarkión le estaba abriendo los grilletes y le sujetaba para que no se cayera al suelo.






Tras mucho tiempo sin actualizar ya iba tocando, encontré la inspiración en la canción Polovtsia Dances, de la ópera "Prince Igor". Y entre eso y que está cayendo una lluvia de 3 pares de cojones, me acordé de mi pequeño y abandonado inicio del relato, por lo que me propuse terminarlo y seguir dejándoos un poco en vilo ^^

Hasta la próxima (firmad, se que lo leeis muchos pero no os veo contribuir eeeeh, aunque sean críticas destructivas, todo ayuda)

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