Capítulo II: No estás solo


Han pasado ya 3 meses desde el desastre. Por el momento el estilo de vida que lleva no le causa ninguna desgracia. Desconoce las enfermedades, no tiene hambre y se encuentra más fuerte que nunca a pesar de haber perdido mucho peso. Su maltrecha ropa ha sido sustituida por un largo abrigo que le llega hasta los pies, lo suficientemente ligero como para permitirle cazar a pie, y lo bastante pesado como para protegerle de las frías noches en las que el fuego está ausente.

Sus manos están destrozadas. Entre los trozos de vendaje sucio se dejan ver unas heridas que sólo dejan amainar su dolor cuando recibe un dosis de calmantes. Esas marcas fruto de una mala caza que le atacó tardaban demasiado en curar, pero el tiempo haría su trabajo si se le dejaba actuar con su particular y lento ritmo.

Había salido a buscar algo para la cena, un conejo ya viejo, ya que odiaba cazar animales jóvenes o quitar vidas a seres que tuvieron la suerte de salir vivos del diluvio. Respetaba todo tipo de vida siempre y cuando le fuera inofensiva. Más de una vez compartió su alimento y refugio con animales, como antaño hicieron sus antepasados prehistóricos. El inicio de la domesticación de algunos de sus semejantes mamíferos le proporcionaría compañía, si bien no muy habladora, al menos sus jornadas de busqueda de alimento se harían más amenas si tenía alguien con quien compartir la comida.

Entre los cascotes de la plaza donde se despertó por primera vez desde el inicio del nuevo mundo encontró un poco de musgo. Había encontrado una forma de obtener alimento de ese ser, poniendolo sobre la carroña acababa dando una especie de agua dulce muy sabrosa, que quitaba la necesidad de nutrirse, aunque no el hambre. Este especimen no se encontraba en el viejo mundo, posiblemente fuera una mutación del musgo regional adaptado a un ambiente extremedamente acuoso.

Siguió buscando y encontró un trozo de carne ya putrefacta y otro poco de musgo. Suficiente, con lo que tenía en su guarida tenía actualmente reservas para veinte días y dos personas. Emprendió la vuelta a casa, cuando algo llamó su atención. Un lobezno blanco aullaba a la luna que se alzaba alta y magnífica en el cielo, permitiendo la visibilidad incluso en la noche más oscura imaginable. Se acercó y trató de darle algo de comer, pero el pequeño hijo de lobo rehusó tal ofrecimiento. Sin embargo, comprendió que en ausencia de sus progenitores su existencia dependía de ese extraño ser que le ofrecía alimento. Optó por fiarse, y aunque no probó bocado la idea de calentarse un poco ante una hoguera satisfizo un poco su curiosidad.

Domesticar un lobo... quizá sería un buen desafío. Un lobo que le ayudase a cazar, un animal con un fuerte instinto de respeto hacia el líder. Si lo cuidaba bien podría vivir con él hasta que ambos murieran de viejos. Tras acercarse lentamente a él y olerlo, le ofreció algo de comida que esta vez aceptó. Un trozo de un ciervo anciano que fue a morir a pocos metros de su refugio la semana anterior bastó para crear un lazo de fraternidad entre cazadores. Ambos eran iguales, inteligencia desmedida, una gran capacidad de adaptación y con un código de honor que les impedía traicionarse entre ellos.

Así encontró un amigo, tal vez el más fiel que se haya conocido sobre la tierra. Y al amanecer se les podía ver a ambos mirando un sol nuclear, naranja destellante en el cielo que iluminaba con fulgor todo el yermo que anteriormente fue conocido como una ciudad importante. Dos compañeros, lobo y hombre alzados como dueños y señores del planeta. Destilando una grandeza similar a los grandes reyes del pasado, figuras talladas en piedra de profundos castillos y baluartes de resistencia ante las agresiones de los enemigos.




He cambiado algunas partes, y como consecuencia me ha salido más corto de lo esperado, pero en beneficio del 7º capítulo. La historia era demasiado retorcida si hubiera encontrado un compañero humano, así que he decidido suprimirlo entero y crear un lobo. ¿Por qué un lobo? Pues porque es un animal que me encanta, y porque es la esencia pura de los actuales perros. Domesticar un lobo es dificil, pero se consigue un compañero valeroso, fuerte y orgulloso para el resto de tu vida.

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