Capítulo XII: De vuelta a la ciudad.


Decenas de veces había soñado con volver a estar donde ahora mismo se encontraba. Tantas noches planeadas, tantas semanas y meses recreando mentalmente las imponentes siete murallas que separaban el frío mundo del corazón de la ciudad. Al fín se encontraba al pie de la más externa de todas, tratando en vano de intentar adentrarse en la ciudad. La única entrada posible estaba siendo custodiada por varios centinelas armados y un oficial. Un oficial demasiado parecido a aquel que días antes había estado próximo de descubrirlo en el arbusto. Vestido con un uniforme negro, daba órdenes a los guardias de que nadie debería pasar por las puertas, ni siquiera el propio alcalde. Ignoró las órdenes que los centinelas recibían y trató de seguir buscando una entrada, cuando varios de ellos se fueron a cubrir otras zonas de la muralla.


La oportunidad de entrar era única, sólo necesitaría pasar la primera muralla para poder llegar a la ciudad, puesto que las demás contaban con barras intercaladas para colocar toldos y evitar que los aguaceros la inundaran.
Sin perder tiempo, comenzó a correr con gran velocidad, lanzándose con las piernas por delante sobre el pecho de uno de los guardias que quedó tumbado en el suelo al instante. Su compañero trató rápidamente de desenfundar, pero para entonces un fuerte golpe seco lo dejó inconsciente.


Dos guardias neutralizados, entrada libre y la posibilidad de lograr su objetivo mucho más nitida que nunca. Esta ocasión parecía propiciada por mano divina, así que decidió aprovecharla antes de que las cosas cambiaran de rumbo.
Empezó a escalar entre las barras, subiendo lentamente y con cuidado de no romperlas al llegar a cierta altura. Empezaba a amanecer, los tonos de la roca se volvían cada vez más claros y el metal de las barras superiores despedía fulgurantes destellos que le impedían la visión. Abajo, el silencio era sepulcral, ni siquiera alterado por el viento de la mañana o los inaudibles pasos de las otras patrullas que vigilaban otros niveles de las murallas. Era como ver el mundo a través de un gran telescopio, visualizando imágenes para las que los sonidos pertenecían a otra dimensión. Por fín llegó a arriba.


Una vista magnífica de toda la ciudad se mostraba a sus ojos. A lo lejos, la catedral seguía alzándose como único vestigio del mundo anterior, el edificio más alto sobre la faz de la tierra al que ni siquiera la luz del sol se atrevía a tocar. Era como si hubiera sido sacada mediante ilusión de otra época y hecho por el cual permanecía impune a toda alteración externa, como si ella misma fuera un holograma sólido inalterable al paso del tiempo.



Por un instante tuvo las ganas de soltar una carcajada. Ante todas las dificultades que se le habían presentado, se encontraba vivo y muy cerca de lograr sus respuestas. Ahora sólo le quedaba encontrar a Tarkión y hacerle hablar.

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